Por Juan Ignacio Provéndola
Núcleo económico europeo, referencia de la moda mundial y destino turístico más popular del planeta. París, ilustre en medallas, parece dispuesta a asumir una nueva distinción, a juzgar por sus 200 kilómetros de ciclovías exclusivas (y otros 80 compartidos con buses), 1800 estaciones de alquiler y 20.000 bicicletas dispuestas en la vía pública. Tal vez será poco frente a las ciudades asiáticas, pero en los últimos ocho años París viene haciendo los méritos suficientes para imponerse como la capital occidental de la bicicleta.
Ciclovía cercana a la iglesia de la
Madeleine,
en el corazón de la Ciudad Luz.
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LA BICI FáCIL Dos detalles destacan a París sobre las otras ciudades que impulsan el uso masivo de la bicicleta: su oferta turística y la facilidad para conseguir un vehículo. Los operadores turísticos supieron explotar hábilmente esta combinación, ofreciendo circuitos guiados en bicicleta por los barrios de relevancia histórica. También se alienta el alquiler por cuenta propia, tomando una bici y realizando un recorrido a voluntad, para aprovechar el hecho de que el casco cultural parisiense se encuentra en un circuito de distancias amigables al pedaleo. Una posibilidad que permite arrimar distancias y ganar tiempo, ya que resulta más rápido pedalear que caminar en una ciudad que a cada paso ofrece la tentación constante de la distracción, el reparo y la abstracción (así sea que uno sólo camine las dos cuadras que separan el hotel del mercado más cercano).
La referencia es el servicio Vélib’ (acrónimo en francés de bicicleta y libertad), que permite alquilar en la calle las 24 horas a través de la tarjeta de crédito. A diferencia de las otras ciudades mencionadas, en este caso no hace falta obtener un carnet ni documentación adicional. Simplemente hay que dirigirse a uno de los 1800 puestos que Vélib’ tiene a lo largo y a lo ancho de París y realizar la operación inicial en la terminal electrónica, depositando con tarjeta una garantía de 150 euros que sólo será retenida en caso de perder la bicicleta.
El valor por un día de uso es de 1,7 euro, aunque hay un abono de una semana a 8 euros. El precio es uno de los puntos fuertes de un servicio que, como contracara, presenta la dificultad de tener que devolver la bicicleta en algún puesto a la media hora de ser retirada, so pena de debitarse dinero adicional en el caso de excederse del tiempo. Si el puesto al que uno se dirige tiene la terminal completa y no cabe una sola bici más, el usuario tiene quince minutos adicionales para encontrar otro puesto con lugar disponible, pudiendo gozar de este tiempo de tolerancia tantas veces como le sea necesario. La empresa asegura que tiene una terminal cada 300 metros y hay una aplicación para descargar en el celular que permite rastrearlas.
Los entendidos sugieren una solución a esta incomodidad de estar subiendo y bajándose de una bici a cada rato: tomar el vehículo durante media hora y dejarlo cerca de un lugar que permita continuar luego con una visita a pie. La otra opción es alquilar un rodado por fuera del sistema Vélib’, es decir, en alguna de las tantas casas de bicicletas que abundan en el centro de París. Estas permiten mayor disponibilidad de la bici (el turno mínimo suele ser de cuatro horas), aunque la comodidad se paga en cada uno de los 15 euros que, en promedio, sale el alquiler diario, diez veces más caro que las Vélib’.
Cualquiera sea la opción, será fundamental observar el estado de la bici: cubiertas con el dibujo adecuado, asiento cómodo y resistente, frenos y cambios en condiciones y un casco que calce ni más ni menos que lo justo y necesario. Además existe un Código de Circulación que exige timbre, luces de posición y un seguro de responsabilidad civil. Los controles son sorpresivos y exigentes, sobre todo los domingos y feriados, días en que una parte de los muelles del Sena y sus canales están reservados a peatones, ciclistas y patinadores. Otra recomendación es contar con algún dispositivo antirrobo para amarrar el vehículo a un lugar seguro cada vez que uno desciende (las casas de alquiler deben incluirlos en el servicio). Indispensable: un mapa de la ciudad. Los regalan en las boleterías del metro.
Una hilera de Vélib’ y su estación de
alquiler, ideales para salir pedaleando por París.
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Al otro extremo de los Campos de Marte se encuentra la avenida de la Motte-Picquet, que deriva en el Hotel de los Inválidos y arrima hacia el Museo de Rodin, sobre la calle Varenne. A partir de aquí, cabe la opción de bajar por la calle de los Inválidos para llegar hasta el edificio Montparnasse (también al cementerio) y luego tomar el boulevard del mismo nombre y el Saint-Michel hacia los Jardines de Luxemburgo, o llegar hasta aquí mismo desde el Museo Rodin por el boulevard Saint-Germain. Retomando Saint-Michel se emprende el regreso hacia la Isla de la Cité, atravesando la Sorbona, el Panteón y (si aún quedan energías para un pequeño desvío) las increíbles Arenas de Lutecia, vestigio de la Galia romana anterior a Cristo en medio del ejido urbano de la gran metrópolis.
Para iniciar la ruta al norte del Sena también se parte desde la Isla de la Cité, cruzando hacia el Village St.-Paul, un laberinto de pasajes, jardines y patios interiores que fueron dominio del rey Carlos V cuando el monarca se instaló en París. A dos cuadras se encuentra la Place des Vosges, donde está la casa de Victor Hugo, en pleno barrio del Marais, muy recomendable para perderse entre sus callejuelas. Luego puede continuarse por la calle de Francs-Bourgeois para ir al centro de arte moderno Georges Pompidou y retornar a la senda de la Rue Rivoli, que conduce al Louvre, el Jardín de las Tullerías (donde unos entrenados guardias corren a los ciclistas para avisarles que está prohibido circular por allí) y la Plaza de la Concordia, inicio de la avenida de los Campos Elíseos.
Al otro extremo, el Arco del Triunfo, punto de llegada del Tour de France y partida del desafío más grande al que se enfrenta todo cicloturista en París: la trepada a Montmartre, avanzando por un largo boulevard que cambia de nombre hasta convertirse en el emblemático Clichy (donde se ubican el Moulin Rouge y la Plaza Pigalle). Desde allí, la remontada tarda lo que el ciclista quiera, aunque la velocidad le quita la gracia a una empresa que requiere paciencia y templanza. El premio final es la increíble vista que la colina ofrece en su punto cumbre, allí donde está la basílica del Sagrado Corazón. Al cabo de una fatigosa subida por cuestas empinadas y calles empedradas, el esfuerzo se recompensa con ese instante supremo en el que París parece extenderse desde nuestros pies hasta los confines del horizonte.
Visto en: pagina12
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