lunes, 9 de enero de 2012

Salida en bici (Orihuela)


Domingo 8 de enero de 2012 un grupo de amigos convocados por facebook salimos a dar un paseo en bici, hemos ido a Orihuela por la mota del rio y por la Vía Amable de Alquerías, pasamos por la casa de Fina y Enrique, que se nos unen al paseo. 
Seguimos pedaleando  hasta llegar a la Ermita Vieja donde volvemos a tomar la mota del rio.
 Como ya es costumbre cuando salimos Pilar trae tortas o cualquier dulce para compartir y Fina también ha traído unas tortas y como buena presidenta de Murcia en Bici ha traído unas chapas para vender. 
En la zona de los tubos del trasvase Fina y Enrique se dan la vuelta pues tienen comida familiar. 
 Después de parar en varias ocasiones para reagruparnos y tomar algún bocado llegamos a Orihuela donde nos sentamos en un bar a tomar unas cervezas con unas marineras, unos caldos con pelotas y alguna tapichuela más.
Después del tentempié acompañamos a Gelen a la estación del tren, ella se vuelve en él tren porque la bici que lleva es muy pesada y no puede más, nosotros salimos de Orihuela por la mota del rio con dirección Murcia siguiendo el mismo recorrido que para venir.
Hemos pasado una mañana más que agradable y hemos quedado para el sábado que viene en hacer otra salida, pero esta vez con una comida campestre.

 Me vais a permitir que os ponga algunos poemas de Miguel Hernández, ya que estamos en su pueblo y el mío.
 Elegía a Ramón Sijé
 (En Orihuela, su pueblo y el mío, se me
ha muerto como el rayo, Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)
 Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.
 Alimentando lluvias, caracolas,
y órganos mi dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler, me duele hasta el aliento.
 
 Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
 No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
 Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo voy
de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano está rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
 En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.
 Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
 Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
 Volverás a mi huerto y a mi higuera,
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
 de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
 Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado,
disputando tu novia y las abejas.
 Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas,
mi avariciosa voz de enamorado.
 A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Me tiraste un limón y tan amargo...
 Me tiraste un limón, y tan amargo,
con una mano cálida y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura, sin embargo.
 Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.
 Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,
 se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.
 Nanas de la cebolla
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
 Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre su cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
 Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pones alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea. 
 Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
 La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
 Desperté de ser niño;
nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.
 Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
 Al octavo mes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
 Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
 Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
 Miguel Hernandez, poeta del pueblo.

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