La dama de la bicicleta (2004)
La veía pasar todos los atardeceres pedaleando en una vieja bicicleta. El reflejo de la silueta en el agua del canal se desgajaba entre latas oxidadas y neumáticos mohosos. El agua aceitosa teñía de arco iris el difuso dibujo de la ancha pamela blanca de la ciclista sobre el caudal estancado. Era junio y llovía, como siempre. A la anciana dama no parecía importarle, pedaleaba con parsimonia y el faro amarillento de la bicicleta carraspeaba una luz rojiza a cada golpe de pedal.
Sé que no hay nada al final del camino del canal, sólo búnkeres derruidos y cráteres cubiertos de hierba rala. Más allá, la planicie se rompe en un brusco acantilado. La playa, bajo el cielo en blanco y negro, está desierta y la pamela me recuerda a una gaviota volando sobre la arena negra, cerca de las olas erizadas por el viento de poniente.
Nunca quiso hablar conmigo. Pedaleaba y pedaleaba, ida y vuelta, silencio tras silencio, hasta que aquella tarde de junio se paró frente al galpón en donde sobrevivo y me rogó que no la siguiera. Esperé hasta muy tarde, el faro de la bicicleta no apareció traqueteando de regreso por el camino. Me quedé dormido y nunca volví a verla.
El amanecer del día siguiente parecía tener una fluorescencia especial. Imaginaciones, pensé mientras me frotaba los ojos, los días eran iguales desde hacía mucho tiempo. El transistor no capta ninguna emisora y queda poca comida. Creo que nunca volverá a pasar nadie. El camino del canal ya no viene de ninguna parte. Qué más me da: nunca supe montar en bici.
Pedro M. Martínez Corada - www.martinezcorada.es
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