La impunidad del sagrado motor
Los derechos humanos se humillan al pie de los
derechos de las máquinas. Son cada vez más las ciudades, y sobre todo las ciudades
del sur, donde la gente está prohibida. Impunemente, los automóviles usurpan el
espacio humano, envenenan el aire y, con frecuencia, asesinan a los intrusos
que invaden su territorio conquistado ¿En qué se distingue la violencia que
mate por motor, de la que mate por cuchillo o bala?
El Vaticano
y sus liturgias
Este fin de siglo desprecia al transporte público.
Cuando el siglo veinte estaba cumpliendo la mitad de su vida, los europeos
utilizaban trenes, autobuses, metros y tranvías para las tres cuartas partes de
sus ires y venires. Actualmente, el promedio ha caído, en Europa, a una cuarta
parte. Y eso es mucho, si se compara con los Estados Unidos de América, donde
el transporte público, virtualmente exterminado en la mayoría de las ciudades,
sólo cubre el cinco por ciento del transporte total.
Henry Ford y Harvey Firestone eran muy buenos amigos,
allá por los años veinte, y ambos se llevaban de lo más bien con la familia
Rockefeller. Este cariño recíproco desembocó en una alianza de influencias, que
mucho tuvo que ver con el desmantelamiento de los ferrocarriles y la creación
de una vasta telaraña de carreteras, luego convertidas en autopistas, en todo
el territorio norteamericano. Con el paso de los años, se ha hecho cada vez más
apabullante, en los Estados Unidos y en el mundo entero, el poder de los
fabricantes de automóviles, los fabricantes de neumáticos y los industriales
del petróleo. De las sesenta mayores empresas del mundo, la mitad pertenece a
esta santa alianza o funciona para ella.
El alto cielo del fin de siglo: en los Estados Unidos
se concentra la mayor cantidad de automóviles del mundo y también la mayor
cantidad de armas. Seis, seis, seis: de cada seis dólares que gasta el
ciudadano medio, uno se consagra al automóvil; de cada seis horas de vida, una
se dedica a viajar en auto o a trabajar para pagarlo; y de cada seis empleos,
uno está directa o indirectamente relacionado con el automóvil, y otro está
relacionado con la violencia y sus industrias. Cuanta más gente asesinan los
automóviles y las armas, y cuanta más naturaleza arrasan, más crece el Producto
Nacional Bruto.
¿Talismanes contra el desamparo o invitaciones al
crimen? La venta de autos es simétrica a la venta de armas, y bien podría
decirse que forma parte de ella: los automóviles son la principal causa de
muerte entre los jóvenes, seguida por las armas de fuego. Los accidentes de
tránsito matan y hieren, cada año, más norteamericanos que todos los
norteamericanos muertos y heridos a lo largo de la guerra de Vietnam y, en numerosos
estados de la Unión, el permiso de conducir es el único documento necesario
para que cualquiera pueda comprar una metralleta y con ella cocine a balazos a
todo el vecindario. El permiso de conducir no sólo se usa para estos
menesteres, sino que también se exige para pagar con cheques o cobrarlos, para
hacer un trámite o para firmar un contrato. El permiso de conducir hace las
veces de documento de identidad; son los automóviles quienes otorgan identidad
a las personas.
Los norteamericanos usan una de las gasolinas más
baratas del mundo, gracias a los jeques de lentes negros, los reyes de opereta
y otros aliados de la democracia que se dedican a malvender petróleo, a violar
derechos humanos y a comprar armas norteamericanas. Según los cálculos del Worldwatch
Institute, si se tomaran en cuenta los daños ecológicos y otros costos
escondidos, el precio de la gasolina tendría que elevarse, por lo menos, al
doble. La gasolina es, en los Estados Unidos, tres veces más barata que en
Italia, que ocupa el segundo lugar entre los piases más motorizados; y cada
norteamericano quema, en promedio, cuatro veces más combustible que un
italiano, lo que ya es decir.
El Paraíso
Si nos portamos bien, está prometido, veremos todos
las mismas imágenes y escucharemos los mismos sonidos y vestiremos las mismas
ropas y comeremos las mismas hamburguesas y estaremos solos de la misma soledad
dentro de casas iguales en barrios iguales de ciudades iguales donde
respiraremos la misma basura y serviremos a nuestros automóviles con la misma
devoción y responderemos a las órdenes de las mismas maquinas en un mundo que
será maravilloso para todo lo que no tenga piernas ni patas ni alas ni raíces.
Esta sociedad norteamericana, enferma de autismo,
genera la cuarta parte de los gases que más envenenan la atmósfera. Aunque los
automóviles sedientos de gasolina, son en buena parte responsables de ese
desastre, los políticos les garantizan impunidad a cambio de dinero y de votos.
Cada vez que algún loco sugiere aumentar los impuestos a la gasolina, los big
three de Detroit (General Motors, Ford y Chrysler) ponen el grito en el cielo v
desatan campañas millonarias, y de amplio eco popular, denunciando tan grave
amenaza contra las libertades públicas. Y cuando algún político se siente
asaltado por la dude, las empresas le aplican la terapia infalible contra ese
malestar: como alguna vez comprobó la revista Newsweek, «es tan orgánica la
relación entre el dinero y la política, que intentar cambiarla sería como pedir
a un cirujano que se hiciera a sí mismo una operación a corazón abierto».
Es raro el caso del político, demócrata o republicano,
capaz de cometer algún sacrilegio contra el modo de vida nacional fundado en la
veneración de las máquinas y en el derroche de los recursos naturales del
planeta. Impuesto como modelo universal, ese modo de vida, que identifica el
desarrollo humano con el crecimiento económico, realiza milagros que la
publicidad exalta y difunde, y que el mundo entero querría merecer. En los
Estados Unidos, cualquiera puede realizar el sueño del auto propio, y son
muchos los que pueden cambiar de coche con frecuencia. Y si el dinero no
alcanza para el último modelo, esta crisis de identidad se puede resolver
mediante los aerosoles, que el mercado ofrece para dar olor a nuevo al autosario
comprado hace tres o cuatro años.
Pánico a la vejez: la vejez, como la muerte, se
identifica con el fracaso. El automóvil, promesa de juventud eterna, es el
único cuerpo que se puede comprar. Este cuerpo animado come gasolina y aceite
en sus restoranes, dispone de farmacias donde le dan remedios, y de hospitales
don de lo revisan, lo diagnostican y lo curan, y tiene dormitorios para
descansar y cementerios para morir.
Él promete libertad a las personas, que por algo las
autopistas se llaman freeways, caminos libres, y sin embargo actúa como una
jaula ambulante. El tiempo de trabajo humano aumenta a pesar del progreso
tecnológico, y también aumenta, año tras año, el tiempo necesario para ir y
venir del trabajo, por los atolladeros del tránsito, que obligan a avanzar a
duras penas y trituran los nervios: se vive dentro del automóvil, y él no te
suelta. Drive-by shooting. sin salir del auto, a toda velocidad, se puede
apretar el gatillo y disparar sin mirar a quién, como a veces ocurre en las
noches de Los Ángeles. Drive-thru teller, drive-in restaurant. sin salir del
auto se puede sacar dinero del banco y cenar hamburguesas. Y sin salir del auto
se puede, también, contraer matrimonio, drive-in marriage: en Reno, Nevada, el
automóvil entra bajo los arcos de flores de plástico, por una ventanilla asoma
el testigo y por la otra el pastor que, biblia en mano, os declara marido y
mujer; y a la salida una funcionaria, provista de alas y de halo, entrega la
partida de matrimonio y recibe la propina, que se llama love donation.
La fuga / 3
Bajo el asfalto, en las cloacas, tienen su casa las
bandas de niños abandonados de la ciudad argentina de Córdoba. De vez en cuando
emergen a las calles y arrebatan de un manotazo carteras y billeteras. Si la
policía no los atrapa y los muele a golpes, con su botín compran y comparten
pizza y cerveza. Y también compran tubos de pegamento, para inhalar.
La periodista Marta Platia les preguntó qué sentían
cuando se drogaban.
Uno de los chicos dijo que él hacía remolinos con el
dedo y fabricaba viento: señalaba un árbol con el dedo y el árbol se movía,
sacudido por el viento que él le enviaba.
Otro contó que el suelo se llenaba de estrellas y él
volaba por el cielo que estaba en todos lados, había cielo arriba y había cielo
abajo y había cielo en los cuatro costados del mundo.
Y otro dijo que él se sentaba frente a una moto, la
moto más cara y aerodinámica de la ciudad, y así, mirándola, se convertía en el
dueño de la moto, y mirándola y mirándola iba corriendo en ella, a toda
velocidad, mientras la moto crecía y cambiaba de colores.
Derechos y
deberes
Aunque la mayoría de los latinoamericanos no tiene el
derecho de comprar un auto, todos tienen el deber de pagar ese derecho de
pocos. De cada mil haitianos, apenas cinco están motorizados, pero Haití dedica
un tercio de sus divisas a importar vehículos, repuestos y gasolina. Un tercio
dedica, también, El Salvador, donde el transporte público es tan desastroso y
peligroso que la gente llama ataúdes móviles a los autobuses. Según Ricardo Navarro,
especialista en estos temas, el dinero que Colombia gasta cada año para
subsidiar la gasolina, alcanzaría para regalar dos millones y medio de
bicicletas a la población.
El automóvil, cuerpo comprable, se mueve en lugar del
cuerpo humano, que se queda quieto y engorda; y el cuerpo mecánico tiene más
derechos que el de carne y hueso. Como se sabe, los Estados Unidos han
emprendido, en estos últimos años, una guerra santa contra el demonio del
tabaco. En una revista, vi un anuncio de cigarrillos, atravesado por la
obligatoria advertencia de peligro a la salud pública. La franja decía: El humo
del tabaco contiene monóxido de carbono. Pero, en la misma revista, había
varios anuncios de automóviles, y ninguno advertía que mucho más monóxido de
carbono contiene el humo, casi siempre invisible, de los automóviles. La gente
no puede fumar. Los autos, sí.
Con las máquinas ocurre lo que suele ocurrir con los
dioses: nacen al servicio de la gente, mágicos conjuros contra el miedo y la
soledad, y terminan poniendo a la gente a su servicio. La religión del
automóvil, con su Vaticano en los Estados Unidos, tiene al mundo de rodillas:
su difusión produce catástrofes, las copias multiplican hasta el delirio los
defectos del original.
Por las calles latinoamericanas circula una ínfima
parte de los automóviles del mundo, pero algunas de las ciudades más
contaminadas del mundo están en América latina. Las estructuras de la
injusticia hereditaria y las contradicciones sociales feroces han generado, al
sur del mundo, ciudades que crecen más allá de todo posible control, monstruos
desmesurados y violentos: la importación de la fe en el dios de cuatro ruedas,
y la identificación de la democracia con el consumo, tienen efectos más
devastadores que cualquier bombardeo.
Nunca tantos han sufrido tanto por tan pocos. El
transporte publico desastroso y la ausencia de carriles para bicicletas hacen
poco menos que obligatorio el uso del automóvil privado, pero ¿cuantos pueden
darse el lujo? Los latinoamericanos que no tienen coche propio ni podrán
comprarlo nunca, viven acorralados por el trafico y ahogados por el smog. Las
aceras se reducen o desaparecen, las distancias crecen, hay cada vez más autos
que se cruzan y cada vez menos personas que se encuentran . Los autobuses no solo
son escasos: para peor, en la mayoría de nuestras ciudades, el transporte
público corre por cuenta de unos destartalados cachivaches, que echan mortales
humaredas por los caños de escape y multiplican la contaminación en lugar de
aliviarla.
En nombre de la libertad de empresa, la libertad de
circulación y la libertad de consumo, se está haciendo irrespirable el aire del
mundo. El automóvil no es el único culpable de la cotidiana matanza del aire,
pero es el peor enemigo de los seres humanos que han sido reducidos a la
condición de seres urbanos En las ciudades de todo el planeta, el automóvil
genera la mayor parte del cóctel de gases que enferma los bronquios y los ojos
y todo lo demás, y también genera la mayor parte del ruido y las tensiones que
aturden los oídos y ponen los pelos de punta. Al norte del mundo, los
automóviles están, por regla general, obligados a utilizar combustibles y
tecnologías que, al menos, reducen la intoxicación provocada por cada vehículo,
lo que podría mejorar bastante las cosas si los autos no se reprodujeran más
que las moscas. Pero al sur, es mucho peor En raros casos la ley obliga al uso
de gasolina sin plomo y de convertidores catalíticos, y en esos raros casos,
por regla general, la ley se acata pero no se cumple, según quiere la tradición
que viene de los tiempos coloniales. Con alevosa impunidad, las feroces
descargas de plomo se meten en la sangre y agreden los pulmones, el hígado, los
huesos y el alma.
Algunas de las mayores ciudades latinoamericanas viven
pendientes de la lluvia y del viento, que limpian el aire o se llevan el veneno
a otra parte. La ciudad de México, la más poblada del mundo, vive en estado de
perpetua emergencia ambiental. Hace cinco siglos, un canto azteca preguntaba:
¿Quién podrá
sitiar a Tenochtitlán ?
¿Quién podrá
conmover los cimientos del cielo?
Actualmente, en la ciudad que se llamó Tenochtitlán,
sitiada por la contaminación, los bebés nacen con plomo en la sangre y uno de
cada tres ciudadanos padece frecuentes dolores de cabeza. Los consejos del
gobierno a la población, ante las devastaciones de la plaga motorizada, parecen
lecciones prácticas para enfrentar una invasión de marcianos. En 1995, la
Comisión Metropolitana para la Prevención y el Control de la Contaminación
Ambiental recomendó a los habitantes de la capital mexicana que, en los
llamados «días de contingencia ambiental», permanezcan el menor tiempo posible
al aire libre, mantengan cerradas las puertas, ventanas y ventilas y no
practiquen ejercicios entre las 10 y las 16 horas.
En esos días, cada vez más frecuentes, más de medio
millón de personas requieren algún tipo de atención médica, por las
dificultades para respirar, en la que otrora fuera «la región más transparente
del aire». A fines del 96, quince campesinos del estado de Guerrero marcharon
en manifestación a la ciudad de México, para denunciar injusticias: fueron a
parar, todos, al hospital público.
Lejos de allí, en otro día de ese año 96, llovió a
mares sobre la ciudad de San Pablo. El tránsito se enloqueció a tal punto que
produjo el más largo embotellamiento de la historia nacional . El alcalde,
Paulo Maluf, lo celebró:
-Los embotellamientos son señales de progreso.
Mil autos nuevos aparecen cada día en las calles de
San Pablo. Pero San Pablo respire los domingos y se asfixia el resto de la
semana; sólo los domingos se puede ver, desde las afueras, a la ciudad
habitualmente enmascarada por una nube de gases.
Es un chiste
/ 1
En alguna gran avenida de alguna gran ciudad
latinoamericana, alguien espera para cruzar. Plantado al borde de la acera,
ante la ráfaga incesante de automóviles, el peatón espera diez minutos, veinte
minutos, una hora. Entonces vuelve la cabeza y ve que hay un hombre recostado
en la pared, fumando. Y le pregunta: -Oiga ¿ Cómo hago para pasar al otro lado?
-No sé Yo nací en éste.
También el alcalde de Río de Janeiro, Luiz Paulo
Conde, elogió los tapones del tránsito: gracias a esta bendición de la
civilización urbana, los automovilistas pueden disfrutar hablando por el
teléfono celular, pueden contemplar la televisión portátil y pueden alegrar sus
oídos con los casetes o los discos compact.
-En el futuro -anunció el alcalde- una ciudad sin
embotellamientos resultará aburrida.
Mientras la autoridad carioca formulaba esta profecía,
ocurrió una catástrofe ecológica en Santiago de Chile. Se suspendieron las
clases, y una multitud de niños desbordó los servicios de emergencia médica. En
Santiago de Chile, han denunciado los ecologistas, cada niño que nace aspire el
equivalente de siete cigarrillos diarios, y uno de cada cuatro niños sufre
alguna forma de bronquitis. La ciudad está separada del cielo por un paraguas
de contaminación, que en los últimos quince años ha duplicado su densidad
mientras se duplicaba, también, la cantidad de automóviles.
No es un
chiste / 1
1996, Managua, barrio Las Colinas: noche de fiesta. El
cardenal Obando, el embajador de los Estados Unidos, algunos ministros de
gobierno y el novamás de la sociedad local asisten a la ceremonia de la
inauguración. Se alzan copes brindando por la prosperidad de Nicaragua. Suena
la música, suenan los discursos. -Así se crean fuentes de trabajo, así se
edifica el progreso -declare el embajador. -Me parece que estamos en Miami-se
derrite el cardenal Obando. Sonriendo ante las cámaras de televisión, su eminencia
corta la cinta roja. Queda inaugurada una nueva gasolinera de Texaco. La
empresa anuncia que instalará otras estaciones de servicio en los próximos
tiempos.
Año tras año se van envenenando los aires de la ciudad
llamada Buenos Aires, al mismo ritmo en que va creciendo el parque automotor,
que aumenta en medio millón de vehículos por año. En 1996, eran ya dieciséis
los barrios de Buenos Aires con niveles de ruido muy peligrosos, barullos
perpetuos de esos que según la Organización Mundial de la Salud, «pueden
producir danos irreversibles a la salud humana». Charles Chaplin gustaba decir
que el silencio es el oro de los pobres. Han pasado los años, y el silencio es
cada vez más el privilegio de los pocos que pueden pagarlo.
La sociedad de consumo nos impone su simbología del
poder y su mitología del ascenso social. La publicidad invite a entrar en la
clase dominante, por obra y gracia de la mágica llavecita que enciende el motor
del automóvil : ~ Impóngase.', manda la voz que dicta las órdenes del mercado,
y también: ~ Usted manda./, y también: ~ Demuestre su personalidad.' Y si pone
usted un tigre en su tanque, según los carteles que recuerdo desde mi infancia,
será usted más veloz y poderoso que nadie y aplastará a cualquiera que obstruya
su camino hacia el éxito. El lenguaje fabrica la realidad ilusoria que la
publicidad necesita inventar para vender. Pero la realidad real no tiene mucho
que ver con estas hechicerías comerciales.
Cada dos niños que nacen en el mundo, nace un auto.
Cada vez nacen más autos, en proporción a los niños que nacen. Cada niño nace
queriendo tener un auto, dos autos, mil autos. ¿Cuántos adultos pueden realizar
sus fantasías infantiles? Los numeritos dicen que el automóvil no es un
derecho, sino un privilegio. Sólo el veinte por ciento de la humanidad dispone
del ochenta por ciento de los autos, aunque el ciento por ciento de la
humanidad tenga que sufrir el envenenamiento del aire. Como tantos otros
símbolos de la sociedad de consumo, el automóvil está en manos d,; una minoría,
que convierte sus costumbres en verdades universales y nos obliga a creer que
el motor es la única prolongación posible del cuerpo humano.
La cantidad de automóviles crece y crece en las
babilonias latinoamericanas, pero esa cantidad sigue siendo poca en relación
con los centros de la prosperidad mundial. Los Estados Unidos y Canadá tenían,
en 1995, más vehículos motorizados que la suma de todo el resto del mundo,
exceptuando Europa. Alemania tenia, ese año, tantos autos, camiones,
camionetas, casas rodantes y motocicletas como la suma de todos los piases de
América latina y África. Sin embargo, en las ciudades del sur del mundo, mueren
tres de cada cuatro muertos por automóviles en todo el planeta. Y de los tres
que mueren, dos son peatones. Brasil tiene tres veces menos autos que Alemania,
pero tiene también tres veces más víctimas. Cada año ocurren, en Colombia, seis
mil homicidios llamados accidentes de tránsito.
Los anuncios suelen promover los nuevos modelos de a
automóviles como si fueran armas. En eso, al menos, no miente la publicidad:
acelerar a fondo es como disparar un arma, proporciona el mismo placer y el
mismo poder. Los autos matan en el mundo, cada año, tanta gente como mataron,
sumadas, las bombas de Hiroshima y Nagasaki: en 1990, causaron muchas más
muertes o incapacidades físicas que las guerras o el SIDA. Según las
proyecciones de la Organización Mundial de la Salud, en el año 2020 los
automóviles ocuparán el tercer lugar, como factores de muerte o incapacidad;
las guerras serán la octava causa y el SIDA la décima.
La cacería de los caminantes integra las rutinas de la
vida cotidiana en las gran des ciudades latinoamericanas , donde la coraza de
cuatro ruedas estimula la tradicional prepotencia de los que mandan y de los
que actúan como si mandaran. El permiso e conducir equivale al permiso de porte
de armas, y da licencia para matar. Hay cada vez más energúmenos dispuestos a
aplastar a quien se les ponga delante. En estos últimos tiempos, tiempos de
histeria de la inseguridad, al impune matonismo de siempre, se agrega el pánico
a los asaltos y a los secuestros. Resulta cada vez más peligroso, y cada vez
menos frecuente, detener el automóvil ante la luz role del semáforo: en algunas
ciudades, la luz roía dicta orden de aceleración. Las minorías privilegiadas.
condenadas al miedo perpetuo, pisan el acelerador para huir de la realidad, y
la realidad es esa cosa muy peligrosa que acecha al otro lado de las
ventanillas cerradas del automóvil.
En 1992, hubo un plebiscito en Amsterdam. Los
habitantes resolvieron reducir a la mitad el área, ya muy limitada, por donde
circular los automóviles, en esa ciudad holandesa que es el reino de los
ciclistas y de los peatones. Tres años después, la ciudad italiana de Florencia
se rebeló contra la autocracia, la dictadura de los autos, y prohibió el
tránsito de autos privados en todo el centro. El alcalde anunció que la
prohibición se extenderá a la ciudad entera a medida que se vayan multiplicando
los tranvías, las líneas de metro, Ios autobuses y las vías peatonales. Y
también las bicicletas: según los planes oficiales, se podrá atravesar toda la
ciudad, sin riesgos, por cualquier parte, pedaleando a lo largo de las
ciclovías, en un medio de transporte que es barato y no gasta nada, ocupa poco
lugar, no envenena el aire y no mate a nadie, y que fue inventado, trace cinco
siglos, por un vecino de Florencia llamado Leonardo da Vinci.
Modernización, motorización: el estrépito de los
motores no deja oír las voces que denuncian el artificio de una civilización
que te robe la libertad para después vendértela, y que te corta las piernas
para después obligarte a comprar automóviles y aparatos de gimnasia. Se impone
en el mundo, como único modelo posible de vida, la pesadilla de ciudades donde
los autos gobiernan. Las ciudades latinoamericanas sueñan con parecerse a Los
Angeles, con sus ocho millones de automóviles dando órdenes a la gente.
Aspiramos a ser la copia grotesca de ese vértigo. Llevamos cinco siglos de
entrenamiento para copiar en lugar de crear. Ya que estamos condenados a la
copianditis, quizá podríamos elegir nuestros modelos con un poco más de
cuidado.
Fuentes
consultadas
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Manufacturers Asociation, «World motor vehicle data», Detroit, 1995.
2.
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sustainable urban transport. Defining a
global policy». Washington, World Bank, 1993.
3. Business Week, «The
global 1,000», 13 de julio de 1992.
4.
Cevallos, Diego.
«El reino del auto». en Tierramérica, México, junio de 1996.
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countries" Washington, World Bank, 1990.
6.
Fortune «Global
500: The world´s largest corporations», 7 de agosto de 1995 y 29 de abril de
1996.
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Greenpeace
International, «El impacto del automóvil sobre el medio ambiente». Santiago de
Chile, 1992.
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Guinsberg,
Enrique, «El auto nuestro de cada día». En Transición, México, febrero de 1996
9.
International Road Federation, «World road
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10. Marshall, Stuart,
«Gunship or racing car». En Financial
Times, 10 de noviembre de 1990. Navarro, Ricardo. con Urs Heirli y Victor Beck,
«La bicicleta y los triciclos». Santiago de Chile. SKAT/CLTAL, 1985.
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Mundial de la Salud / World Health Organization), «World Health Report». Ginebra, 1996.
12. Organización Mundial de la Salud / Programa de Meclio
Ambiente de las Naciones Unidas (WHOUNEP), «Urban air polution in megacities of
the world», Cambridge Blackwell, 1992.
13. «City air quality
trends », Nairobi, 1995.
14. Wolf, Winfried.«Car
mania A critical history of transport»~. Londres,
Pluto, 1996
(Eduardo Galeano. Del libro "Patas Arriba,
la escuela del mundo al revés" Siglo XXI México 1998)
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