El carril rojo
Bajo la cálida luz de una cocina cualquiera. Una mujer ajetreada prepara con cariño la cena de su hijo. Con una mano marca un número de teléfono, con la otra remueve el guiso.
Si observamos atentamente, percibimos cómo el aroma de esa cacerola sobrevuela la estancia hasta escapar bajo la puerta del hogar. Ya en la escalera desciende piso por piso y llega difuminado al portal. Allí envuelve la expresión aterrada de una vecina que se asoma al exterior, describe volutas en el aire y por fin escapa a la calle.
Ahora es difícil seguirlo, pero veremos que sigue su camino atravesando un corro de personas asustadas. Se cuela entre sus piernas. Ha perdido fuerza, pero continua avanzando sobre el frenazo dejado por un coche hasta dar con las ruedas todavía calientes. Asciende con dificultad por su carrocería dibujando su contorno. Baja por el inútil parachoques hasta encontrarse con el giro irregular de una rueda de bicicleta. Juega con sus pedales que yacen sobre un carril estrecho y rojo que ocupa parte de la acera.
Nuestro aroma, roto ya en pequeños hilos, avanza zigzagueando por la superficie de un charco, de un rojo más intenso que su suelo. Se desliza acariciando una pequeña mano pálida y yerta. Guarece entre sus dedos un teléfono móvil. Suena débilmente. Nadie se atreve a contestar.
Por Eduardo Berazaluce Pintado
Córdoba, Argentina 7 de diciembre de 2005
1er PREMIO en el Concurso de Microrrelatos – 2005
Córdoba, Argentina 7 de diciembre de 2005
1er PREMIO en el Concurso de Microrrelatos – 2005
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